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"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos"   SURda

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19-07-2016

Turquía

Intento golpista y movilizaciones islamistas

 

 


SURda

Turquía

Opinión

Uraz Aydin

 

19/07/2016

País conocido por el papel que desempeñan las intervenciones militares en su cultura política, la noche del 15 de julio Turquía asistió, a través de las pantallas de TV y de los media sociales, a un intento de golpe de Estado -particularmente sanguinario- en directo. Fue a través de la difusión de informaciones concernientes a la ocupación de los puentes del Bósforo en Estambul por parte de los tanques militares y de los vuelos a ras de suelo de los aviones de caza, de lo que fueron testigos los habitantes de la capital, que la opinión pública se puso al corriente del intento de golpe de Estado que se estaba desarrollando. Las fuerzas armadas, a través de un comunicado difundido en el sitio web, dieron a conocer que el Estado Mayor se había hecho con el poder; más tarde, a través de la cadena de la TV estatal ocupada por soldados, un grupo de militares autodenominados "El consejo por la paz de la patria" anunció haber tomado el poder con el fin de restablecer la libertad y la democracia, así como el restablecimiento de la república laica y los valores de Ataturk ante los atentados sistemáticos a la Constitución por parte del poder político. Fue así como nos enteramos que estábamos ante un golpe que escapaba a la cadena de mando, más aún cuando circuló la información de que el jefe del Estado Mayor y otros altos cargos estaban secuestrados.

Erdogan, a través de una conexión por smarphone con la cadena CNN Turk -que también será ocupado más tarde- llamó al pueblo a salir a la calle y protestar contra el golpe de Estado. A lo largo de toda la noche se vivieron violentos enfrentamientos, fundamentalmente en Ankara y Estambul, entre los militares (de quienes se sabe que eran 5000 sobre un total de 675 000) y la policía a las órdenes de Erdogan, apoyada por los defensores del régimen. Contrariamente a la imagen que se presenta en el extranjero y que el propio Erdogan intenta presentar, hay que decir que no se ha dado una resistencia de masas frente al golpe y en defensa de la democracia. Si bien miles de personas salieron a la calle, se trataba fundamentalmente de la base militante, islamista y fascista, del AKP (partido gubernamental que obtuvo el 49,5 % en las últimas elecciones), que desfilaba al grito de " Allah u Akbar" (Alá es el más grande) y reivindicando el restablecimiento de la pena de muerte.

Tras las atrocidades cometidas por los dos campos, el bombardeo del parlamento en cuatro ocasiones (!), el del hotel donde se encontraba Erdogan y el llamamiento de las potencias occidentales a defender la democracia, la tentativa fue finalmente derrotada a primeras horas de la mañana, dejando trás ella 265 muertos (un centenar de entre ellos golpistas y el resto civiles y policías) y 1500 heridos. Erdogan anunció que el golpe de Estado estaba dirigido por los adeptos a la hermandad de Fethullah Gulen, antiguo aliado del AKP, convertido en su enemigo jurado. Desde la mañana siguiente, se lanzó una amplia operación represiva en el ejército, el cuerpo judicial (con el arresto de altos magistrados), la policía y otras ramas del aparato de Estado, alcanzando 6000 detenciones (2850 de ellas, de militares).

Aún cuando es demasiado pronto para pronunciarse sobre los verdaderos responsables de este movimiento golpista, es probable que los cuadros gulenistas, que todavía existen en el ejército a pesar de las limpiezas anteriores, hayan participado en el golpe; pero, seguramente, relacionados con otros grupos militares opuestos al régimen. Una de las tesis es que frente a las noticias de una nueva ola de operativos tendentes a "limpiar" el aparato del Estado, estos sectores han intentado realizar su proyecto de golpe de Estado más pronto de lo previsto, contando con que tendrían un apoyo civil y militar que se iría fraguando al hilo de los acontecimientos como una "bola de nieve"; lo que no ha sido el caso.

Mientras los cuatro partidos con representación parlamentaria (el AKP, la extrema derecha, el centro izquierda laico y la izquierda vinculada al movimiento kurdo) han denunciado el intento golpista y celebrado la resistencia civil a través de una declaración común, resulta evidente que la noche del 15 de julio va a dar la ocasión a Erdogan para endurecer aún más su régimen e instaurar el sistema presidencial dictatorial que ambiciona. De momento, ha llamado a sus partidarios a no desalojar las calles hasta nueva orden, lo que ha dado pie a agresiones en los barrios sirios, kurdos y alevíes a partir de la segunda noche.

Resistir a la ofensiva del régimen y de sus milicias a la vez que condenar toda intervención militar sigue siendo una tarea urgente para todas las fuerzas democráticas y de izquierda, sin olvidar que sólo la construcción paciente y de largo aliento de un movimiento de clase permitirá cambiar definitivamente la relación de fuerzas.

18/07/2016

Traducción:

Escrito para VIENTO SUR Y L' Anticapitaliste

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El frustado levantamiento militar en Turquía creó una zona de inestabilidad tan contagiosa como la corrupción
Un sombrío marco para un golpe fallido

 

Cuando Turquía comenzó a jugar el rol de aliado de Estados Unidos en Siria, con los envíos de armas a los insurgentes y la participación de su servicio de inteligencia, también tomó el camino de un Estado fallido y sufrió las consecuencias.
Robert Fisk *
 

Las plazas de Turquía siguen colmadas de manifestantes que responden al pedido de Erdogan.

Recep Tayyip Erdogan se lo merecía. El ejército turco nunca iba a seguir obedeciendo mientras el hombre que pudo recrear el Imperio Otomano convirtió a sus vecinos en enemigos y su país en una burla de sí mismo. Sería un grave error suponer dos cosas: que el aplastar un golpe militar es una cuestión momentánea y que después el ejército turco permanecerá obediente a su sultán; y considerar que al menos 161 muertos y más de 2839 detenidos es algo aislado del colapso de los estados-nación del Medio Oriente.

Los eventos del fin de semana en Estambul y Ankara están íntimamente relacionados con la ruptura de las fronteras y la credibilidad del Estado –la suposición que las naciones del Medio Oriente tienen permanentes instituciones y fronteras– infligió grandes heridas en todo Irak, Siria, Egipto y demás países del mundo árabe. La inestabilidad es ahora tan contagiosa como la corrupción en la zona, especialmente entre sus potentados y dictadores, una clase de autócratas de los que Erdogan fue un miembro desde que cambió la constitución para su propio beneficio y reinició su malvado conflicto con los kurdos.

De más está decir que la primera reacción de Washington fue instructiva. Los turcos deben apoyar a su “gobierno elegido democráticamente”. La parte de “democracia” fue más bien difícil de tragar –aunque más doloroso de recordar, sin embargo, fue la misma reacción del gobierno al derrocamiento del gobierno de Mohamed Morsi, “elegido democráticamente” en Egipto en 2013– cuando Washington definitivamente no le pidió a la gente de Egipto que apoyara a Morsi y rápidamente le dio su apoyo al golpe militar, mucho más sangriento que el intento de golpe en Turquía. De haber tenido éxito el ejército turco, seguramente Erdogan habría sido tratado tan despectivamente como el desafortunado Morsi.

Pero, ¿qué se puede esperar cuando las naciones occidentales prefieren la estabilidad a la libertad y la dignidad? Es por eso que están dispuestos a aceptar las tropas de Irán y al leal miliciano iraquí uniéndose en la lucha contre el Estado Islámico (EI), así como los pobres 700 sunnitas que “desaparecieron” después de la reconquista de Faluja y es por eso que la rutina de “Assad se debe ir” fue silenciosamente abandonada. Ahora que Bashar al Assad sobrevivió al período de gobierno del primer ministro, David Cameron –y casi con seguridad durará más tiempo que la presidencia de Obama– el régimen en Damasco mirará con ojos curiosos los acontecimientos en Turquía esta semana.

Las potencias victoriosas en la Primera Guerra Mundial destruyeron el Imperio Otomano, que fue uno de los propósitos del conflicto de 1914-18 después de que la “Sublime Porte” (Puerta Sublime) cometió el error fatal de alinearse con Alemania y las ruinas del imperio fueron luego cortadas en pedazos por los aliados y entregadas a granel a reyes brutales, dictadores y coroneles viciosos. Erdogan y el grueso del ejército que ha decidido mantenerlo en el poder por ahora encajan en esta misma matriz de Estados rotos.

Las señales de alerta estaban allí para que las vieran Erdogan y Occidente, si sólo hubieran recordado la experiencia de Pakistán. Descaradamente utilizado por los norteamericanos para enviar misiles, armas y dinero en efectivo a los “muyahidines” que luchaban contra los rusos, Pakistán –otro “pedacito” cortado a un imperio (la India)– se convirtió en un estado fallido, sus ciudades desgarradas rotas con bombas masivas, su propio ejército corrupto y servicios de inteligencia cooperando con los enemigos de Rusia –incluido el talibán– y luego infiltrado por islamistas que eventualmente amenazan al propio Estado.

Cuando Turquía comenzó a jugar el mismo rol para Estados Unidos en Siria, enviando armas a los insurgentes, su corrupto servicio de inteligencia cooperando con los islamistas, luchando contra el poder del Estado en Siria, también tomó el camino de un Estado fallido, con sus ciudades desgarradas por las bombas masivas y el campo infiltrado por los islamistas. La única diferencia es que Turquía también relanzó una guerra contra los kurdos en el sureste del país, donde partes de Diyabakir están ahora devastadas como las grandes zonas de Homs o Alepo. Erdogan se equivocó al medir los riesgos del camino que eligió para su país. Una cosa es disculparse con Putin y recomponer sus relaciones con Benjamin Netanyahu; pero cuando ya no puede confiar en su ejército, hay asuntos más serios en los que concentrarse.

Más o menos dos mil detenciones son un duro golpe para Erdogan, en realidad mayor que el golpe que planeaba el ejército para él. Deben ser sólo unos pocos de los miles de hombres de los cuerpos de oficiales turcos que creen que el sultán de Estambul está destruyendo su país. No es sólo cuestión de reconocer el grado de horror que pueden haber sentido la OTAN y la UE ante estos eventos. La verdadera cuestión será el grado en que el éxito (momentáneo) de Erdogan lo envalentonará para emprender más juicios, encarcelar a más periodistas, cerrar más periódicos, matar más kurdos y, para el caso, seguir negando el genocidio armenio de 1915.

A los extranjeros les resulta a veces difícil entender el grado de temor y disgusto casi racista con que los turcos observan cualquier forma de militancia kurda. Estados Unidos, Rusia, Europa –Occidente en general– privaron de contenido la palabra terrorista, a tal punto que no logramos comprender por qué los turcos llaman terroristas a los kurdos y los ven como un peligro para la simple existencia del Estado turco. Así es como veían a los armenios en la Primera Guerra Mundial.

Mustafá Kemal Ataturk era tal vez un buen autócrata secular, admirado incluso por Adolfo Hitler, pero su lucha por unificar a Turquía fue causada por las mismas facciones que siempre acosaron a la patria turca, junto con las sospechas oscuras (y racionales) de un complot de las potencias occidentales contra el Estado.

En resumen, este fin de semana ocurrieron sucesos más dramáticos de lo que podría parecer a simple vista. Desde la frontera de la Unión Europea, a través de Turquía, Siria, Irak y vastas partes de la península del Sinaí en Egipto y hasta Libia y –¿nos atreveremos a mencionar esto después de Niza?– Túnez, existe ahora un rastro de anarquía y estados fallidos. Sir Mark Sykes y François Georges-Picot comenzaron el desmembramiento del imperio otomano –con ayuda de Arthur Balfour–, pero éste persiste hasta nuestros días.

En este sombrío marco histórico debemos ver el golpe que-no fue- en Ankara. Hay que esperar otro en los meses o años por venir.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.

 

 

 

Las incógnitas en Turquía tras el golpe militar derrotado

Jesús Sánchez Rodríguez


El fallido golpe de Estado en Turquía ha sorprendido a muchos analistas de la coyuntura sin fondo ni memoria. Lo primero que habría que recordar es la tradición golpista del ejército turco y lo segundo el relativamente reciente golpe de Estado militar en Egipto en 2013, en ese caso exitoso, contra un gobierno islamista también elegido democráticamente.

Para orientarnos e intentar comprender mínimamente el significado de este golpe y sus posibles consecuencias es necesario tomar en cuenta los tres procesos históricos que confluyen en esta coyuntura y que se entrelazan de manera compleja.

El primero es interno a la propia Turquía y de larga trayectoria, se trata del histórico pulso entre las tendencias modernizantes y laicistas desatadas con la fundación de la moderna Turquía por Atatürk y el islamismo que permea su sociedad, este pulso se ha llevado a cabo en los últimos decenios en el contexto de una democracia más o menos comparable a las occidentales, pero con importantes carencias respecto a éstas.

El segundo es más amplio, se extiende por todo es mundo islámico, árabe o no - Turquía no lo es-, y consiste en el intento de las fuerzas islamistas, radicales o moderadas, por alcanzar el poder y reislamizar con más intensidad sus sociedades. El caso turco, junto con el tunecino, y los frustrados en Egipto y Argelia, son modelos de acceso al poder de los islamistas a través de los mecanismos democráticos.

El tercer proceso histórico es más reciente y mezcla aspectos internos de Turquía, el problema kurdo reactivado, y aspectos regionales como la desestabilización que sufre el mundo árabe y, más en concreto, la guerra civil siria y el problema de los refugiados.

Por último es importante detenerse brevemente en un factor novedoso en Turquía pero no en otras partes del mundo, la dialéctica entre golpe militar y movimientos de masas.

La lenta estrategia del islamismo turco por controlar todo el poder en Turquía.

La historia moderna de Turquía está atravesada por dos dramáticos enfrentamientos, el primero gira en torno a la lucha entre el nacionalismo turco y el kurdo, el segundo entre el nacionalismo turco y el islam político. Éste en Turquía ha adoptado un tono moderado y una estrategia lenta de acceso al poder ante la fortaleza del nacionalismo laizante turco bien asentado en las instituciones del Estado, especialmente en el ejército, y que hasta hace pocos años había conseguido mantener controlado al islamismo mediante las amenazas y la represión, dentro de un régimen democrático de baja intensidad salpicado de golpes de Estado.

El nacionalismo laico turco gozaba de la fuerte legitimidad y prestigio trasmitido por el padre de la Turquía moderna, Mustafa Kemal Atatürk, que consiguió que la legitimidad religiosa en que se basaba el sultanato fuese reemplazada por la legitimidad nacionalista de la identidad turca de la república. El islamismo político solo consiguió organizarse con éxito en la década de 1960, y en las dos décadas posteriores sufrieron prohibiciones desde el Estado que les obligaron a refundarse varias veces, a pesar de que no eran considerados el enemigo principal, papel que en esos momentos representaba la izquierda revolucionaria turca. Sin embargo, este último conflicto terminó beneficiando a los islamistas, pues los militares permitieron una mayor islamización de la sociedad para combatir la influencia ideológica de la izquierda.

En la década de 1980, los islamistas ya se sentían políticamente lo suficientemente fuertes como para lanzar los primeros desafíos al nacionalismo laico y se encontraron con el pronunciamiento militar de 1997 que les disolvió. Uno de sus sucesores, el AKP adoptó, entonces, una política más moderada para alcanzar el poder y proceder a una islamización de la sociedad procediendo primero a suprimir los obstáculos que se oponían a este objetivo. “La competición por el control de los recursos de poder entre las elites islamistas y las elites militares se manifestó de formas distintas en cada uno de los recursos, pero ha sido dura en todos ellos: el Estado, la ideología, la población, las alianzas con el capital y la capacidad de ejercer la coacción.” [ii]

A pesar de su discurso moderado inicial, el AKP tenía una agenda oculta como han demostrado las medidas que ha ido tomando una vez alcanzado el poder y según ha eliminado los obstáculos que se le oponían.

Las fuerzas sociales que se oponían al ascenso del islamismo político eran variadas, desde la población más laica y occidentalizada y la izquierda, hasta los grandes poderes económicos, pero la fortaleza de esta oposición se encontraba en las instituciones del Estado, especialmente el ejército y la judicatura. El ejército ha ejercido un cierto papel bonapartista, interviniendo directamente en la política, manteniendo una gran autonomía en muchos aspectos clave y tomando el poder coyunturalmente mediante golpes de Estado en 1960-1, 1971-3 y 1980-3, además del pronunciamiento de 1997 que no necesitó llegar al golpe para alcanzar sus objetivos. Su discurso legitimador se ha apoyado en distintos elementos utilizados en diferentes coyunturas, impulsor de la modernización turca y herederos del kemalismo, defensor de la unidad turca frente al separatismo kurdo, represor de la izquierda revolucionaria, y baluarte del laicismo frente al islamismo. Con ellos se ha buscado una legitimación y una base social para sus intervenciones políticas directas o golpes de Estado.

Por su parte, el AKP también ha sabido maniobrar para dotarse de una amplia base social de apoyo. “El AKP ha demostrado su capacidad para llegar a sectores muy distintos de la sociedad, desde la nueva burguesía musulmana hasta los más desfavorecidos de los barrios periféricos o las víctimas de los terremotos olvidadas por el Estado. Su capacidad de presentarse como un partido catch-all, alejado de las diferencias de clase le permite ampliar su base, aunque siempre con el límite del rechazo de los sectores secularistas.” [iii]

El gran salto político de los islamistas del AKP se produjo en 2002 con su victoria electoral por mayoría absoluta. Esta situación no hizo cambiar inicialmente la línea política prudente del AKP, escarmentado por los golpes anteriores en Turquía o por el golpe de Argelia contra el triunfo electoral del FIS. El AKP se dedicó pacientemente a una acumulación progresiva de poder y a un desgaste de sus enemigos laicos. Este comportamiento hizo que la política del AKP fuese presentada como un modelo de conciliación del islamismo político con la política democrática donde un gobierno islamista podría garantizar el pluralismo de la sociedad.

Sin embargo, la trayectoria en el poder del AKP desde 2002 ha ido desmintiendo esta imagen, algunas medidas de apertura, como una mayor tolerancia hacia los kurdos fueron revertidas y el gobierno emprendió una nueva campaña militar contra el pueblo y las organizaciones kurdas, igualmente se potenció la creación de mezquitas, la islamización de la enseñanza o la represión sobre los medios de comunicación laicos o críticos, con multitud de periodistas encarcelados y profesores e intelectuales procesados, se tomaban medidas para reforzar la desigualdad de géneros (reducción del trabajo femenino, aumento de matrimonios infantiles, intento de prohibición del aborto, etc.), se discriminaba a otras minorías como los alevíes (20% población), se reprimía duramente las protestas sociales como las de 2013 iniciadas en el parque Talsim Geziy, y se ahondaba la deriva autoritaria intentando cambiar hacia un modelo presidencialista de concentración de poderes en el jefe del Estado.

Paralelamente el gobierno del AKP ha intentado reducir la autonomía del ejército y purgarle de los elementos menos afectos mediante procesos tras la acusación de reales o pretendidos complots militares.

Ahora, inesperadamente, un nuevo intento de golpe militar derrotado ofrece la posibilidad a Erdogan y el AKP para acelerar su deriva autoritaria, depurar definitivamente al ejército y al Estado de todos sus oponentes a favor de militares y funcionarios leales al islamismo político y acelerar la islamización de la sociedad. Las primeras medidas ya han sido puestas en prácticas nada más ser derrotado el golpe militar con la detención de miles de militares y la depuración de otros tantos miles de jueces y funcionarios.

La autoría y los motivos de este golpe de Estado derrotado no están claros aún, Erdogan ha acusado a la cofradía dirigida por Fetulá Gülen - aliado y mentor de Erdogan al que ayudaron a alcanzar el poder hasta su ruptura reciente - de estar detrás de la intentona y, aparentemente, la represión posterior estaría orientada contra los miembros de dicha cofradía. Pero aún es todo confuso, empezando por la actuación del ejército. En los cuatro golpes anteriores nunca fracasó, primero porque se garantizó previamente la existencia de una cierta base social de apoyo, y porque siempre actuó unido. Pero ahora han faltado ambas condiciones, y la movilización en las calles junto a la división del ejército acabó rápidamente con la intentona golpista. Si la versión de que el sector del ejército que se ha levantado es el vinculado a Fetulá Gülen es correcta, entonces o bien el otro sector del ejército ya había sido fidelizado al AKP o, si continúan predominando los nacionalistas turcos, estos han pactado con Erdogan. En pocos días se aclarará esta situación.

El islamismo turco en el contexto de la lucha en el mundo islámico por el poder.

La lucha del islamismo político en diversos países islamistas del mundo por alcanzar el poder y llevar a cabo su proyecto político y social tiene ya varias décadas de historia. Los métodos empleados son diversos desde la revolución triunfante en Irán en 1979, hasta el acceso democrático al poder como en Turquía y Egipto, pasando por la utilización de métodos terroristas como los del Estado Islámico u otras facciones islamistas radicales en otras partes del mundo.

Con cierta perspectiva de tiempo podemos afirmar que esa actividad política del islamismo fue reforzada con el resultado de las revoluciones de la primavera árabe. Si bien ésta frustró los objetivos iniciales de las masas que se movilizaron en su nombre, sin embargo, fueron bien utilizados por las diferentes corrientes del islam político que aprovecharon la oportunidad política que se les abría para avanzar en sus posiciones. En unos casos llegaron a alcanzar el gobierno por métodos democráticos como en Egipto y Túnez, en otros se empantanaron en guerras civiles como en Siria, Libia o Yemen. Todo ello en medio de una situación muy abierta y cambiante cuyos resultados nunca terminan de ser definitivos. En Egipto fueron desalojados del poder por un golpe militar, en Túnez tuvieron que ceder ante los viejos poderes de la dictadura de Ben Alí ante el temor de correr la misma suerte que los egipcios. En Siria, Libia o Yemen se instalaron guerras civiles e intervenciones extranjeras sin un resultado cierto después de varios años.

Igualmente, los efectos de las revoluciones árabes reactivaron el antiguo enfrentamiento al interior del Islam entre suníes y chiitas, encabezados respectivamente por Arabia e Irán y cuyos teatros principales de enfrentamiento militar son Siria, Irak y Yemen. Por último, el sector más radical del islamismo fundamentalista también aprovechó la ocasión y consiguió una base de actuación territorial propia entre Siria e Irak, el Estado Islámico.

Turquía y el gobernante AKP han sido concernidos e influenciados por estos acontecimientos. Siria es su frontera sur, y El Assad ha pasado del papel de amigo al de enemigo, inclinándose el gobierno de Erdogan por apoyar a algunas de las facciones islamistas que combaten al régimen sirio, y accediendo a la utilización de sus bases militares por los norteamericanos en su guerra contra el Estado Islámico. Los kurdos sirios han reforzado su papel militar y político en la guerra civil siria y ha alarmado al gobierno islamista turco que ha atacado a estos y ha reactivado la campaña militar contra los kurdos de Turquía. Es decir, de una u otra manera, Turquía se ha visto involucrada en el conflicto sirio y de la región, y ha sufrido diversos ataques terroristas en su territorio.

Pero si esto es un impacto directo en su política interna, seguramente el resultado de otras experiencias más parecidas a las del islamismo político turco también estén pesando en la estrategia del AKP. Nos referimos a la más lejana del FIS en Argelia y las más recientes de Túnez y Egipto.

El 16 de enero de 1992 debería celebrarse la segunda vuelta de las elecciones en Argelia que iban a dar, según todos los pronósticos, el poder al partido islamista FIS. Ante esta perspectiva, cuatro días antes, el gobierno aprobó la ley marcial, el ejército tomó los puntos vitales del país, y fue cancelada la segunda vuelta.

En Egipto, al contrario que en Argelia, los islamistas ganaron las elecciones y llegaron al poder. Parecía todo un síntoma de salud democrática. En medio de un proceso revolucionario en el que las distintas fuerzas en liza movilizan todos sus recursos por alcanzar el poder e imponer su programa, se permitían las elecciones y se respetaban formalmente sus resultados. Las fuerzas islamistas, especialmente los Hermanos Musulmanes, aparecían como las mejor organizadas y con más influencia social y se preveía su acceso al poder. Pero se mantenían dos incógnitas. La primera se refería a la actitud de las fuerzas islamistas, sobre su objetivo de desembocar, a través de su control del poder, en una república islámica. La segunda incógnita era sobre la actitud del ejército.

El pulso entre los islamistas y el CSFA (Consejo Supremo de las Fuerzas Arnmadas) se tornó dramático a partir de las elecciones presidenciales de junio de 2012 cuando en la segunda vuelta resulto victorioso el candidato de los Hermanos Musulmanes, Mohamed Morsi, y el CSFA vaciló en torno al reconocimiento de la victoria. A partir de agosto de ese año los enfrentamientos entre los islamistas de un lado y el ejército y la oposición de otra se sucedieron. En definitiva, los islamistas intentaron avanzar en su proceso de islamización, los sectores no islamistas buscaron resistir dicho proceso, el ejército y los sectores vinculados al régimen de Mubarak maniobraron para recuperar su antigua influencia y poder, y la situación económica y social se degradó ostensiblemente. Y todo ello desembocó en una nueva marea de movilizaciones a finales de junio y el golpe militar del 3 de julio de 2013 por parte del ejército.

En el caso egipcio, y al contrario que ahora en Turquía, el ejército se apoyó en las movilizaciones sociales precedentes contra el gobierno islamista y no permitió fisuras en su seno, lo que facilitó el triunfo del golpe. Por otra parte, las potencias occidentales se mostraron comprensivas, y no se sabe hasta qué punto pudieron colaborar, con este desenlace como años atrás hicieron en Argelia. Aplicaron una política del mal menor para sus intereses, como actualmente también hacen en Siria, dónde su beligerancia con Al Assad ha pasado a un apoyo o, al menos, a considerarle la menos mala de las soluciones ante el empuje del Estado islámico y el riesgo de fragmentación de Siria.

En Túnez el retroceso de la influencia del islamismo político se consolidó a finales de 2014 cuando un antiguo ministro de Ben Alí, Beji Caid Essebsi, ganó las elecciones presidenciales, lo que suponía la consolidación de la tendencia restauradora y el fin de la revolución tunecina, y el ocaso de la influencia política islamista. Pero el objetivo de este artículo no es valorar los resultados de las revoluciones árabes, para lo cual publiqué un artículo anterior [iv] , sino la situación en Turquía, ocupándose este epígrafe del ambiente regional que la rodea. Ese retroceso en Túnez se confirmó cuando en mayo de 2016 un congreso de Ennahda, principal partido del islamismo moderado, renunció al islamismo para refundarse como partido democrático inspirado en los valores del islam.

En esta situación, el AKP de Erdogan vuelve a quedar aislado entre los países islámicos como experiencia del islamismo político llegado al poder por procedimientos democráticos. Ahora tras el fracaso del golpe militar queda por resolver si el AKP tenderá a concentrar más el poder e intensificará la islamización de la sociedad turca para intentar evitar repetir situaciones como la de Egipto y Túnez, o volverá a la senda moderada del principio para rebajar las tensiones en la sociedad y evitar entrar en una senda desconocida y de inciertos resultados. La guerra civil en Siria, el problema de los refugiados, el conflicto con los kurdos, la pertenencia a la OTAN o su deseo de estrechar relaciones con la UE juegan a favor de la segunda alternativa, pero nada es seguro, y menos en el cambiante y fluido mundo islámico.

Golpe militar y movilizaciones de masas

Habíamos apuntado que en los cuatro golpes de Estado anteriores llevados por el ejército egipcio no se produjeron movilizaciones de masas para oponerse, al contrario, el ejército se había dotado previamente de algún tipo de apoyo social que le garantizase el éxito del golpe. Sin embargo esta vez la sorpresa fue las movilizaciones masivas en su contra que, unido a la división del ejército, llevó al rápido fracaso del golpe. No obstante, lo que es una novedad en Egipto ya había aparecido en otras partes del mundo con anterioridad y con diferentes resultados, lo que sirve para ejemplarizar que la mayoría de las veces estas movilizaciones pueden ser manipuladas por actores más poderosos y organizados para alcanzar objetivos distintos.

Solo nos referiremos a algunas de las más importantes y recientes para ilustrar esta tesis. La primera de ellas tuvo lugar con ocasión del golpe militar que el sector más conservador de la burocracia soviética realizó en 1991 contra el presidente Gorvachov, aquellas movilizaciones hicieron fracasar el golpe de Estado y encumbraron a un personaje nefasto, el arribista Yeltsin, quién utilizó el liderazgo ganado en aquellos días para desmembrar la Unión Soviética, aplicar un plan de choque liberal que hizo retroceder en muchos años el nivel y la esperanza de vida de la población soviética, y levantar un régimen de saqueo y corrupción de proporciones inimaginables.

La segunda a tomar en cuenta fueron las movilizaciones frente el golpe de Estado contra el presidente Chávez en 2002, aquellas movilizaciones hicieron fracasar el golpe militar y permitieron desbrozar los obstáculos para un despliegue creativo de la revolución durante algunos años que benefició a las clases populares venezolanas y a otros pueblos de la región, permitiendo el desarrollo de otras experiencias de gobiernos progresistas en América Latina.

La tercera fueron las movilizaciones masivas que precedieron y sirvieron de justificación al golpe militar de Al Sisi en Egipto contra el gobierno islamista de los Hermanos Musulmanes, con su éxito se llevó a cabo una dura represión que no solo afectó a los islamistas, sino que terminó afectando a parte de la oposición que apoyó el golpe. El resultado fue la instauración de una dictadura militar y el bloqueo de la vía democrática para el acceso al poder de los islamistas.

Finalmente, estas últimas movilizaciones en Egipto han ayudado a derrotar el golpe militar, pero quedan abiertas todas las posibilidades sobre la evolución del gobierno de Erdogan. Podrían servir para consolidar la democracia en Turquía o para facilitar un sultanato islamista.


Notas

[i] Se pueden consultar otros artículos y libros del autor en el blog: http://miradacrtica.blogspot.com/

[ii] Ferrán Izquierdo Brichs y Guillem Farrés Fernández, La competición por el poder entre el Islam político y los militares en Turquía: del conflicto a la estabilidad, Revista de Estudios Internacionales Mediterráneos - REIM - Nº 5 - mayo-agosto 2008, pág. 114

[iii] Ibídem, pág. 129

[iv] Jesús Sánchez Rodríguez, Balance de cuatro años de revoluciones árabes, http://miradacrtica.blogspot.com.es/2014/12/balance-de-cuatro-anos-de-revoluciones.html